lunes, 11 de febrero de 2008

La primavera del lobo

Afila su alma... aullándole a la luna en invierno (boreal o austral)

Junio o Diciembre
Para él, la primavera se desata en pleno invierno, aullándole a la luna durante largas horas, en noches gélidas y despejadas.
Acompañado solo por distantes estrellas, resuena su garganta en un claro elevado del bosque oscuro y silencioso.
La primavera empieza en invierno, añorándola.

En su interior, la luna invernal es sinónimo de primavera. Luminosa, distante, femenina.
La luna es una especie de diosa confesora que le ayuda a sobrellevar y contar sus días solitarios. Aullándole, le rinde culto al astro íntimamente unido a la fertilidad, a la vida. Hablándole, se siente acompañado en la espera.

Así pasa sus días y sus lunas, deambulando con el alma inquieta pero seguro que finalmente el cambio llegará. También sabe que cada renacimiento es diferente, creándole una incertidumbre embriagadora.

Durante las noches en que no aúlla su ansiedad, tiene “flashes” de tiempos pasados. Ancestros, padres, protección, hermanos, manada, juegos, aventura sin riesgo, olores.

Julio o Enero
Aullar es un extraño placer que deja sacar la pena de adentro. Resalta aun más la ansiedad, pero es un alivio y una forma de pelear, de hacer frente con un grito. Además, compartir la sensación es parte del consuelo.
Así, termina en un mismo estado ánimo, pero más tranquilo, hasta la próxima noche.

Furiosa nostalgia, la continuidad de este rito forma una cadena de lamentos en forma de alarido. Es hacerle frente a la soledad en forma heroica: está solo y se lo grita al Cielo.
El lobo le pide que lo considere en la próxima estación. Que no lo olvide.

Como Job, siente que ha hecho bien y no comprende la prueba de dificultades, agravada por la incertidumbre anual que el esperado momento lo ignore.
¿Acaso no es parte de su obra o de su designio?

El lobo pasa el invierno aullándole a la luna, casi en éxtasis cósmico.
Una manera de sentirse parte de la creación y de confirmar su pertenencia a ella, mostrando sus vísceras emocionales. Aquí estoy. Naturalmente insatisfecho.

Agosto o Febrero
¿Cómo podría permanecer saciado si cada año se renueva el llamado? ¿Cómo serle indiferente?Es de romántico empedernido encontrarle el encanto a circunstancias desapacibles: pisar la nieve, aspirar el aire helado, sondear la oscuridad del bosque, sentir la soledad.
Su principal compañera es el dejo de la primavera anterior o la ilusión de próxima.

El lobo convive con temores porque la primavera significa también una contienda con la vida, en la que no siempre se gana. Hay competencia, hay voluntad y hay también suerte.
La primavera, a veces, puede simplemente traer la sensación de ella
y ser más desconcertante que todo un invierno solitario.

Si solo es una brisa con aromas estremecedores que no llevan a nada; si nada mas es una sensación...
¿Vale la pena pasar por eso?
¿Cuántas primaveras estará dispuesto a experimentar sin intentar abstraerse de ella?
¿Es posible ignorarla?
¿Qué es mejor, tenerla cerca o apartarse?
¿Qué sentido tendría la vida sin siquiera la ilusión anual?

Para bien o para mal, el lobo está condenado a hacer lo que pueda, cada año.

Septiembre o Marzo
Uno de los encantos de la primavera es ser sinónimo de comienzo; como tantas cosas en la vida, el inicio es la parte más bella. Todo el ímpetu, la ilusión y las posibilidades están intactas.

El lobo, al comenzar la primavera, cambia su rutina y sale a cumplir el mandato de la estación. Aun si su comportamiento se asemeja al de Ulises con las sirenas, intuye que vale la pena exponerse.

Pero... ¿Porqué continua solo año tras año? ¿No queda satisfecho si logra vivir a pleno su primavera?
Si es un verdadero lobo, la satisfacción no le durará. Arriesgará y buscará otra vez disfrutar de la mejor porción, la apertura.

Octubre o Abril

Antes de llegar a la mitad del recorrido, intuye que la situación es efímera ¿Será posible que se condene al aullido por la esperanza de recomenzar al derretirse la nieve?
¿Inmadurez? ¿Eterna esperanza? ¿Determinismo?

La primavera es una oportunidad que la naturaleza le da cada año para llevar a su máxima expresión lo que lleva dentro. El instinto está latente.

La primavera es una oportunidad de revolución interna que ofrece la naturaleza cada año.
Si “la verdadera revolución es revolucionarse”, la primavera es el tiempo óptimo para hacerlo. Claro, como todas las revoluciones, deja de serlo cuando se estabiliza.

También al igual que Job, nuestro lobo, por una u otra razón, declara su insatisfacción al Cielo: si hizo lo que la naturaleza manda, no comprende porqué está solo en invierno, ni porqué los demás lo acusan de no respetar las normas del creador.

Noviembre o Mayo
Uno de los elementos que lo mantienen en vilo (tras infinitos monólogos selenitas),
es la paradoja del ciclo anual: el esplendor de la hierba es solo tal para quienes desean vivir en una eterna primavera y, sin embargo, esto es imposible.
Siempre acaba. Invariablemente, hay que pasar por otras estaciones para volver a ella.

Muchos se preguntan ¿qué hace el lobo en otras estaciones?
Durante el verano, un tanto resiste y otro tanto disfruta...
el placer del comienzo se disipa lentamente en el calor.
En otoño, las añoranzas lo invaden, refugiándose en el bosque, apabullante de colores.
El invierno lo encuentra solo nuevamente, aullando el ciclo de la vida.
Dulce condena.